La felicidad es, para muchas personas, lo que da sentido a la vida; una vida vale la pena cuando se es feliz. Las diferencias están en la definición de felicidad y en las maneras de conseguirla. Platón,
por ejemplo, la ataba al conocimiento, la vida tenía sentido como una
constante búsqueda del conocimiento verdadero, un acercamiento a la
idea, que proporcionaba a la vez felicidad y sabiduría (el sijismo
también considera la vida como un eterno aprendizaje que proporciona
sentido). Conseguir la virtud ha sido sinónimo de auténtica felicidad
(eudaimonia) y de sentido de la vida para la mayoría de pensadores en
ética (sólo varía la concepción de lo que es bueno).
En el siglo XX, con el auge del relativismo, se abandonaron gran
parte de las concepciones comunes, para afirmar que la vida sólo tiene
sentido para cada persona. La búsqueda de la propia felicidad
es un camino individual, diferente en cada uno, ligado a la libertad ya
la autorrealización (Abraham Maslow). Sólo los propios actos y de la
consideración de que estos merezcan, así como el número y calidad de
objetivos alcanzados (o sueños ), puede dar sentido a la existencia y
una misma situación puede ser percibida como carente de significado o
como muy llena por diferentes personas.
El humanismo y las
filosofías afines recogen esta concepción personal del sentido y
propósito de la vida y subrayan su carácter inmanente, racional y
humano, frente autoridades externas o metafísicas.
Para Viktor Frankl la voluntad de sentido, pero del
propio sentido, es lo que caracteriza al ser humano incluso en
situaciones extremas (su logoterapia nace de los campos de concentración
del nazismo). Así la construcción del sentido de la vida es la
principal motivación de la persona, frente al deseo de placer de Freud o de poder de Nietzsche, y esta construcción de sentido es justamente la que da sentido a la existencia.
Brevario de la Srta.Susana (Filófofa)
No hay comentarios:
Publicar un comentario